Regresando a Guanajuato

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Si hiciera una lista de las metas que quiero conquistar en la vida, seguramente “recorrer todo el mundo” ocuparía la primera opción.

Sin embargo soy consciente de que cubrir dicho sueño puede revestir un montón de limitaciones, sin mencionar que es prácticamente imposible para un ser humano pisar cada rincón del planeta, que aunque vivamos 120 años dudo que nos alcance.

Así que debo conformarme con la posibilidad de conocer tanto como pueda, y sí me es posible volver a esos lugares que se me quedaron en el corazón, ya puedo darme por bien servida.

Guanajuato es en definitiva uno de esos lugares.

Ha pasado poco menos de un año desde que lo conocí por primera vez, en aquella ocasión me quede enganchada casi inmediatamente después de pisar sus calles. En esa primera visita comprendí que tendría que volver muchas veces, o al menos las necesarias hasta lograr memorizar cada callejón, cada casa, cada camino.

Semana Santa se me antojo una buena fecha para volver, pero ahora iría acompañada por tres amigas, ya que la primera vez fui sola.

A eso de las 10 de la noche del 17 de abril tomamos el autobús en un sitio conocido aquí en Chihuahua como El Palomar. El trayecto de viaje nos llevó alrededor de 16 horas de camino, pero yo ni siquiera lo note, pues estaba emocionada ante la expectativa de un nuevo viaje, me sentía con las energías suficientes para superar los desvelos, la mala postura, y el aburrimiento de ir tanto tiempo sin hacer nada, salvo mirar por la ventanilla de vez en cuando.

Yo ya conocía muchos de los puntos turísticos de Guanajuato, pero nunca está de más volver a verlos, ¡con lo lindos que son!, así que la tarde del día que llegamos aproveche para mostrar a mis amigas los sitios más bonitos del Centro Histórico, como la Basílica Colegiata de nuestra señora de Guanajuato, la Universidad, el Teatro Juárez, y desde luego los preciosos y coloniales callejones.

¡Estar ahí te deja la sensación de haber viajado a través del tiempo!

Por la noche acompañamos a nuestro grupo de  viaje en un recorrido nocturno por los callejones, fuimos deliciosamente amenizados con la música alegre de una estudiantina,  que con humor cantaba y bailaba y nos contaba interesantísimas leyendas encerradas entre esas calles, hasta que finalmente fuimos a parar muy cerca del callejón del beso, en donde nos mostraron de una forma comiquísima la representación de la tragedia de los amantes por cuya historia lleva su nombre ese lugar y que a la fecha se ha convertido en uno de los sitios más visitados por las parejas de enamorados.

Más tarde cenamos unas enchiladas mineras junto a la basílica mientras una pequeña agrupación de mariachi entonaba bonitas melodías de la música regional mexicana, sobre todo varias canciones de José Alfredo Jiménez, uno de los más grandes cantautores de este país, quien precisamente nació en el estado de Guanajuato.

El hotel en el que nos hospedamos era de lo más sencillo, pero cómodo y  teníamos una vista estupenda de la parte trasera de la basílica. Decidimos dejar la ventana abierta para que entrara el viento y refrescara la habitación. Puedo decir que esa noche dormí arrullada por las canciones que las estudiantinas restantes aún cantaban entre los callejones.

El siguiente día hubo que levantarse temprano, pues pretendíamos hacer el famoso recorrido conocido como la Ruta de Independencia, en el que íbamos a visitar los poblados de Dolores Hidalgo y San Miguel de Allende.

Dicho recorrido yo lo realice en agosto pasado, pero siempre hay algo nuevo que descubrir.

Para la siguiente vez (¡que en definitiva debe haber otra!), espero conocer a mi propio ritmo y no por el de un tour programado y delimitado a determinado número de horas, de esta forma podría recorrer los lugares con mayor tiempo, sin la necesidad de mirar el reloj obsesivamente por temor de perder al grupo o quedarme atrás. Además sé que hay muchos sitios que van más allá de lo turístico y que siempre es bueno visitar, esos pequeños rincones que nadie ve, pero que con toda seguridad tienen su encanto.

En Dolores tomamos la clásica foto en la tumba de José Alfredo Jiménez (portando un sombrero de charro y un sarape), y en este punto me gustaría extender mi sorpresa por todo lo que nuestro guía de tour nos platico sobre el compositor mexicano. La historia de sus canciones y cómo cada una de ellas cuenta una parte de su vida, por ejemplo esa que tanto me gusta llamada caminos de Guanajuato, que se te pega fácilmente por el ritmo y que sin embargo guarda cierto toque de tristeza que refleja muy bien el sentir del compositor.

Dolores es famoso entre otras cosas por sus nieves artesanales, así que yo me comí una de sabor queso con aguacate ya que había tenido oportunidad de probarla antes y había quedado fascinada, sin embargo eso no impidió que degustara algunos otros sabores, como la de tequila, la de chamoy, la de mantecado y le paro de contar, ¡porque se me hace agua la boca!

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Llegamos a San Miguel a eso de las dos de la tarde, ahí tuvimos tiempo libre para recorrer las calles, tomarnos fotos en las coloridas puertas de las casas y probar los licores y dulces que ofrecen en degustación muchas de las dulcerías de la zona.

Después de caminar un rato fuimos al mercado a ver artesanías y a comer.

Más tarde nos encontramos en medio de una situación curiosa, había mucha gente en derredor vistiendo ropa negra, en el caso de las mujeres algunas llevaban velos para cubrirse la cara. El guía nos comentó que era por la procesión del silencio, uno de los desfiles más famosos que se realizan en éstas fechas, sin embargo no pudimos quedarnos a mirar, ya que había que volver al autobús.

Regresamos a Guanajuato con las piernas deshechas por lo cansado de las andanzas, pero de todos modos salimos al centro a pasear un rato y a tomar fotografías, y bueno, digamos también que cierto puesto de tacos se nos atravesó en el camino, ¡amo absolutamente los tacos!, había que decirlo.

Para el último día tocó ir a los museos y al cerro del cubilete. Iniciamos con el museo de la santa inquisición, el cual  guarda replicas de aparatos de tortura utilizados por el santo oficio para martirizar a los considerados “pecadores” de esa época.

Al salir fuimos a mirar cuarzos y dulces. Me fue imposible resistirme a las golosinas, así que acabe comprando un frasco de dulce de leche conocido tradicionalmente como cajeta de piñón y unas carteras de “borrachitos” de sabor tequila azul y tres leches. Los borrachitos son golosinas de consistencia suave, cortados como pequeños rectángulos y que se caracterizan por estar hechos con licor la gran mayoría de las veces.

Más tarde fuimos llevados a la mina La Valenciana, sitio donde descendimos 60 metros y fuimos guiados por un agradable anciano que cariñosamente nos llamaba “mineritos” y nos hacía cantar fuertemente mientras descendíamos por los empinados escalones, para así no menguar el ánimo. Este hombre nos narró historias tristísimas de gente que fue esclavizada y obligada a trabajar duramente en la mina, ascendiendo y descendiendo en completa oscuridad (razón por la que la mayoría de ellos acabaron ciegos), cargando pesadísimos sacos de metales y rocas en su espalda, vistiendo desnudos, para así cumplimentar esa cruel medida impuesta por sus patrones, quienes avaros como eran, querían asegurarse de que no les fueran a robar. Estos hombres eran golpeados y orillados a trabajar sin alimento en el estómago, ciertamente se trataba de una tortura disfrazada.

Al finalizar ahí, el camión se dirigió a la sierra de Santa Rosa, donde subimos al cerro del cubilete para apreciar el Cristo Rey de impresionante tamaño que guarda la iglesia de la montaña, estuvimos haciendo fotos por unos quince minutos y luego volvimos al autobús para regresar a la ciudad y pasar al magnífico mirador del Pipíla y así apreciar las impresionantes vistas del centro histórico de Guanajuato. Comimos en los puestos locales, desde enchiladas mineras hasta quesadillas de maíz doblado y agua fresca de limón con menta y chía.

El tour con el que viajamos nos cancelo la visita a uno de los museos, decisión que tomó además de forma arbitraria y que hasta el momento lamento, ya que se trataba de un  lugar al que no había ido antes y que me emocionaba conocer, sin embargo mis amigas y yo decidimos no clavarnos con eso e ir por nuestra cuenta. Se trataba del museo conocido cómo la Casa de los Lamentos, un sitio que encierra una historia tan trágica como espeluznante, ¡y con lo que me gusta a mí todo eso!

En el mirador nos alejamos del grupo y tomamos un Uber que nos dejo en un sitio cercano a la Casa de los Lamentos, ya que antes quisimos visitar otro museo muy recomendado por los turistas. Se trata de la Hacienda del Cochero, una pequeña fortaleza igualmente espeluznante, con bonita fachada y todo, pero que esconde entre sus pasadizos historias de puro horror. La hacienda alberga verdaderas habitaciones subterráneas que fueron utilizadas como instalaciones de una cárcel clandestina operada por el santo oficio. En ellas cientos de personas fueron asesinadas no sin antes pasar por las más horripilantes torturas. Sillas de clavos, mecanismos para desmembrar cuerpos, jaulas en que colocar personas vivas, para dejarlas después a suerte de la insolación, la deshidratación, el hambre y las aves de rapiña, ¡un verdadero horror!

Se tiene conocimiento que el inquisidor encargado de operar dicha cárcel fue Antonio Fernando de Miera, un sujeto caracterizado por su crueldad y avaricia, que gustaba de inventar delitos falsos a ricos personajes con la finalidad de deshacerse de ellos para así quedarse con sus bienes y riquezas. Fueron más de 500 los cuerpos localizados en la hacienda del cochero.

Al salir anduvimos rápidamente hasta la casa de los lamentos, pero encontramos el sitio cerrado, pese a ello el ánimo no menguo ni en mí ni en mis amigas y prometimos volver algún día para poder hacer tal visita. Por la noche nos fuimos por ahí para hacer fotos en los callejones del centro histórico y finalmente cenamos en el restaurant bar Van Gogh ubicado en los alrededores del jardín de la unión.

La visita a Guanajuato acabó pronto, pero sin lugar a dudas la disfrute mucho. Visite sitios ya conocidos, pero mire nuevos rincones, escuche historias que no sabía y comprendí que aún queda tantísimo por conocer.

Guanajuato es la clase de sitio que te enamora rápidamente, está plagado de cultura, de historia y de romanticismo, vale la pena volver todas las veces que sean posibles.

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2 respuestas a “Regresando a Guanajuato

  1. Las fotos lucen tan bonitas y cálidas que a uno se le antoja ir para allá. Ojalá existiera el teletransporte, porque enseguida te recogería y nos iríamos a Guanajuato. Me alegro que esta vez fueras acompañada de amigas. Eso siempre es positivo, o casi siempre. Ya sabes de mi rechazo a viajar solo. Es para lo único que no soy independiente. Eso de tener el viaje de turno programado a veces está bien y otras se hace tedioso. Yo estuve cinco días en París y recuerdo que una tarde decidí saltarme todas las actividades que el grupo tenía programadas. ¿Y sabes qué hice? Me quedé con Rafa, mi mejor amigo, en la habitación del hotel, comiendo chucherías, snacks y cervezas, jajaja. Y lo mejor de todo es que ese fue uno de los mejores momentos del viaje, ese momento en el que Rafa y yo estábamos la mar de a gusto, a nuestra bola. Ah, me encantaría poder bichear por esos pasillos y rincones de La Hacienda del Cochero, ufff, qué lugar tan lúgubre y terrorífico tuvo que ser.

    Un besito, Alba.

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