Escribí por lo menos esta entrada unas tres veces antes de decidirme a publicarla, inicialmente era una especie de resumen sobre mi año 2019, luego se convirtió en un mal intento de simplificar mis propósitos de año nuevo y finalmente se volvió una carta de desahogo sobre las emociones sentidas el año pasado.
Sinceramente… hoy ya no sé lo que es, pero no me apetecía publicar nada sí antes no le daba un adecuado sentido a todos los retazos escritos que ocupaban fastidiosamente ese espacio en la computadora. Supongo que esta publicación representa un punto y aparte, el punto y aparte que necesitaba para comenzar de nuevo, porque soy tan tradicionalista que para mí, el año nuevo trae consigo nuevos aires, hojas en blanco para empezar de cero, como si un capítulo de nuestra vida finalizara y fuera necesario aclarar cómo acaba antes de escribir el nuevo.
2019 significo mucho y a la vez muy poco, es algo difícil de explicar, desde el comienzo y hasta el último día lo experimente sumida en un cumulo de emociones diferentes, en ciertas pautas, me engolosine quizás demasiado de sentimientos que no me correspondía albergar… que no eran oportunos y que me descoloban siempre de la vida racional que aspiraba tener.
Hoy lo miro desde lejos, quizás hasta con un poco de gracia, pues me resulta curiosa la forma intensa en la que funciono, como si estuviera viviendo una película en donde el drama no alcanza a terminar, y es que si la vida fuera un filme yo sería una gran actriz, potencializo las emociones al máximo, río eufórica, lloro desconsolada, me enojo de una manera sensacional y hasta me enamoro épicamente… sin embargo y al final de todo, esa masa cerebral que tengo acomodada en la cabeza logra persuadirme en el momento más inesperado, y entonces me doy cuenta que estoy exagerando, que los pies se me han ido entre las nubes y que más me vale ir aterrizando y poniendo rumbo en el camino.
Y entonces viajo y me río de mi misma y de las situaciones, y mando al diablo los problemas sentimentales, y que se joda el corazón un rato, porque los sentidos también quieren engolosinarse con las sensaciones de la vida.
No voy a decir que 2019 fue un año impresionante, terrible o renovador… porque no fue ninguna de esas cosas. Solo fue el tiempo marchando entre días de 24 horas, que a veces se acortaron y a veces se sintieron condenadamente largos. Cumplí 30 años y comencé a volverme más consciente del ciclo de la vida, ese que dice que al final hay que morirse. Entonces comprendí el miedo que tengo a la muerte, y que principalmente radica en mi egolatría, porque por muy absurdo que suene, me cuesta mucho concebir la vida sin mí, es tonto, egoísta y un disparate… sí, pero es lo que siento, me causa espanto entender que todo lo que hoy concibo y que ha sido tan grande para mí, es tan solo una mínima pieza de nada, porque me volveré polvo algún día, como ocurre con todos, y lo que haya sido en mi vida, lo que haya hecho, lo que haya sentido, soñado y amado, no importara un cacahuate al final del día, pues un par de metros bajo tierra quedan sepultadas las historias de todos nosotros.
No somos inolvidables, porque hasta los libros van perdiendo las verdades de los grandes personajes a lo largo de los años, y al final solo nos queda una pequeña parte de la realidad, contada a través de los intereses de otras personas.
Entonces, ¿por qué es tan importante vivir de forma sensacional?, me hice esa pregunta en un viaje reciente al sur del planeta, ¿por qué tenemos esa necesidad de dejar huella, de ser importantes, de hacer grandes cosas?
Y por primera vez experimente una clase de alivio, fue una sensación muy breve, pero la recuerdo bien, ahí con las manos y el cuerpo temblando de frío, intentando sostener la cámara y oprimir el botón para sacar la foto, a muchos metros de altura y mirando el verde menta del Ventisquero Negro, sentí cómo poco a poco la carga de un año se iba volviendo más ligera, no ha desaparecido aún, ni desaparecerá en mucho tiempo, aspirar a ello es incluso ambicioso. Sin embargo, deje un par de cosas ahí, las lancé en picada y sin remordimiento en el frío glaciar, para que se congelen por un tiempo y no me den mayores problemas.
Hoy recuerdo ese día y descubro que fue un día importante… en ese momento no lo note, hoy lo hago mientras escribo estas líneas entre las cobijas de mi cama, con el calefactor de frente y un mate al lado (que vanidosamente cargue desde Argentina con la única finalidad de apantallar un poco bebiendo cosas extranjeras, pero que curiosamente acabo gustándome). Fue un día importante porque de manera fortuita descubrí que muchos de los errores repetidos de 2019 provenían de esa necesidad extrema por ser demasiado eficiente, o demasiado racional, o demasiado buena, querida, reconocida y aplaudida… ¡Dios!, ¡que peso más grande el que nos ponemos sobre los hombros!
Así que aquí estoy, empezando otro año con la varita un poco menos alta que el año pasado y con la promesa (que espero mantener), de dejar de reprimir el ser quien soy, una persona idealista, intensa, dramática, efusiva, y completamente emocional, de dejar de juzgar mis sueños o mi falta de interés en ciertas cosas, de abandonar el intento de hacerlo todo bien y terminar los proyectos en plazos muy cortos, de permitirme ser un poco holgazana, porque a veces es necesario. De vivir, joder… ¡vivir!, que vivir es lo único que siempre se nos olvida.
En marzo llegará la primavera y el cumpleaños 31, en julio estaré nuevamente hastiada del trabajo y el calor, en septiembre gritaré “Viva México”, copiando testarudamente el entusiasmo de un gobernante que ni siquiera me consta que siente lo que dice. En octubre me largaré lejos, me enamorare nuevamente de otro lugar del mundo, y celebrare el Halloween con disfraces y películas de horror. En noviembre extrañaré a los ángeles que tengo en el cielo. Diciembre llegará con la dulzura de la navidad, las posadas, las luces y el aguinaldo, hasta que inicie otro enero, y empiece a escribir una nueva entrada contando una diversa historia, pero tengo la sensación muy fuerte de que aquella será mucho mejor que esta.
Alba
Hola Alba. Creo que esta es de las entras que más me ha gustado leer, me ha parecido espléndida. Y eso de que se joda el corazón, jaja, qué gran verdad. En este tema siempre se me viene a la mente la frase de un poeta urbano, de mi tierra, que murió hace poquito: «La vida son dos días, y uno está lloviendo». Intenta apagar todo el ruido mental que puedas tener y vive, como te de la gana, pero vive a tu modo, haz siempre lo que más feliz te haga.
Te mando un fortísimo abrazo, Alba.
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Por cierto, ¡me encanta la nueva apariencia de tu blog!
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Álvaro, muchas gracias!! recien veo tu comentario, y es que he estado un poco despegada del blog y por eso tampoco te he leído mucho ultimamente, pero voy a remediar esa situación cuanto antes!, muchas gracias por tus palabras, me ha encantado la frase de ese poeta y muchas gracias por fijarte en la nueva apariencia de mi blog, yo incluso había olvidado que la había modificado jaja, muchos abrazos y muchos besos Álvaro!!
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